Cuando la historia duerme en el recuerdo de Hoyo de Pinares

 
Es un sueño tranquilo, dulce, sosegado, con un fondo de canciones bucólicas que van y vienen por caminos ignorados, dejando surcos como los arados en la tierra, para inmortalidad del Trabajo y de la Historia.
 
El paso del tiempo se vitaliza ante la frondosidad de estos enormes y vetustos pinares. La historia duerme en el recuerdo, cual una madre amantísima ante su hijo.
 
Es un grato duermevela sin medida ni tiempo; espirales de fantasía se van lentamente elevando hacia el cielo, para que todo ello se convierta en una enorme nube blanca, como de algodón, y acaso –quién lo puede negar- en un globo de ilusiones que se la escapado a un niño de su mano.
 
Fantasía, Ilusión, Historia, Recuerdo.
 
Cuatro puntos cardinales donde la veleta del tiempo gira en Hoyo de Pinares.
 
Porque la Historia es eso: bucear en libros incunables, para encontrar páginas que sirven de alentador camino entre el presente y el pasado.
 
Y el globo del niño subiendo en una pirueta circense hacia el Cielo.
 
Y la anciana, la de más años del pueblo, hablando una y mil veces de la guerra de Cuba, última colonia española allá por las Américas, empapada de sangres de soldaditos nuestros.
 
Todos estos personajes son retrato vivo de un pueblo, cincelados para su inmortalidad en las piedras y sobre las piedras de Hoyo de Pinares.
 
Camino para la meditación y recogimiento, donde años pretéritos sirvió para comunicarse con Avila a través de un hermoso camino de pinos que nacían en los terrenos de San Bartolomé y Herradón de Pinares para, llegando a la Paramera, entrar, como delfín maravilloso, en la ciudad.
 
La de la eterna andariega, doctora y fundadora, de noble familia castellana, la de los Cepedas, mística por devoción profunda y que abrazó su fe con el nombre de Santa Teresa de Jesús, quien nos podía informar de este libro cerrado. En qué página la gran escritora andariega por excelencia no soñaría y pensaría en este camino, lleno de cambiantes armónicos, que conducía a la capital abulense.
 
Tal vez en este correr del tiempo, alguna cortesana con amores huidizos fuese viajera por este camino.
 
En el crepúsculo de la tarde, se saborea con más fuerza toda la grandeza que de Historia tiene Hoyo de Pinares.
 
No hay más que sumergirse en el recuerdo.
 
Vivir y soñar. Despertar sin abrir los ojos, para que quede con todas su nitidez el recuerdo. Para que el tiempo estático, vea imaginariamente al mozo Juan de Yepes Alvarez, el que al correr del tiempo sería San Juan de la Cruz, escribir su primer poema.
 
¡Hoyo de Pinares! Se me ensancha el pecho al pronunciar tu nombre; discurre mi imaginación al conjuro de la cantarina agua del río Becedas que, unas veces silencioso y otras enfurecido, riega tu contorno, margen recoleta para el reconocimiento de tu estática belleza, que hace del tiempo recuerdo e historia.
 
El río Becedas viene serpenteando límpidas piedras, pulidas como puñales, por los lenguadazos de sus aguas. El embalse primitivo, del cual se nutre hace años el pueblo hoyense, tiene un talismán precioso. Bajo sus aguas sumergió un hermoso puente romano, que permite su contemplación cuando merman sus aguas o se sueltan para su limpieza.
 
¿Se puede contemplar algo más maravilloso?
 
Tal vez el don maravilloso de la vista sea el tributo que esta grandiosa escenografía dé al ser humano.
 
Acaso esos dos ojos, irregulares, como si alguien desde ese otro mundo de la historia hubiese dejado la herencia monolítica del pasado, para conocimiento del presente, dé una visión vivida de lo que los libros dicen.
 
Sus dos ojos son asimétricos. El central mirando al río. El otro, más pequeño, como vigía en lontananza, centinela fiel, para recibir las grandes crecidas de las lluvias.
 
El niño, aquel niño que perdió su globo, ya es hombre. Tiene la mirada tranquila y el paso sosegado. En los atardeceres, cuando termina su faena, piensa y se asoma al exterior a través de sus palabras. Tal vez, sin saber cómo ni cuándo, nos hemos encontrado los dos.
 
Y en esta circunvalación del pensamiento del uno al otro, rigiéndonos por ese horario de las tardes hoyenses, tan tranquilas, sin prisas, ni más testigos que el croar de alguna rana, el cante del grillo y sus pinos enhiestos, las palabras del mozo serían como una herencia que recojo para cumplirla.
 
Tal como me lo pidió, lanzo al aire mi globo de ilusiones, aquél que el mozo perdió cuando era niño.
 
¿Por qué ese hermoso puente romano, que surge cuando merman sus aguas, no puede llevarse a sitio seguro y que sirva para ornato del paisaje y admiración de todo el que lo contemple?
 
Lo importante, pues, sería la necesaria ayuda para trasladar ese puente romano a sitio seco. ¿Sería mucho pedir la ayuda económica estatal, ahora que hay un ilustre abulense al frente del Gobierno?
 
El diálogo se ha ido acortando. El hombre auténtico hoyense, me mira con los ojos muy abiertos y, sin saber cómo ni por qué, he cumplido mi palabra.
 
La herencia que me legó, la he dicho, aunque sólo por aquel globo de ilusiones. Y por la anciana de más años, que también soñó con esto. Y por todos los hoyenses que, cada despertar, brindan al que pasa lo más honrado y digno de la vida: la sonrisa.
 
Por eso, humildemente, pienso si mi fantasía pudiera ser realidad.
 
José Ávalos (*)
 
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(*) José Ávalos Andrés fue Presidente Nacional de Escritores y Artistas A.T.S.

Fuente | Publicado en el Programa de las Fiestas San Miguel 1977.

(Debemos precisar que el puente al que se refiere el autor, sumergido bajo las aguas del embalse en el río Becedas, no es realmente un puente romano, sino de época medieval. También, que el autor, utiliza el término "hoyense" en lugar del gentilicio "hoyanco", que es el oficialmente aceptado, siguiendo así el criterio de su amigo D. Alipio García León de considerar que éste último es un vulgarismo de irregular formación léxica).

Ilustración | Fotografía del puente, habitualmente sumergido bajo el embalse de El Hoyo de Pinares y visible durante la limpieza de éste, por José Navas de la Fuente.