Una verbena de cine


La verbena de Honorio en La Asomadilla acaba de echar honrosamente el cierre a su peculiar discoteca de baile al aire libre, surgida en los años 60 como lugar de diversión, dirigido principalmente a la juventud de la incipiente colonia veraniega de Hoyo de Pinares, durante su estancia vacacional en la localidad.
 
El cierre de la verbena de la Asomadilla, hizo resurgir de sus cenizas, cual ave Fénix, la Terraza de Baile del tío Jesús, como la denominaban las gentes del pueblo, cuyas instalaciones había modernizado para adaptarse a las nuevas exigencias demandadas por su joven clientela, remozándola y convirtiéndola en un auténtico Jardín-Club polivalente, donde se alternaría el baile con extraordinarias sesiones de cine al aire libre.
 
Todas las tardes veraniegas, la juventud se daba cita en la circular pista rodeada del verde aligustre que servía para separar las mesas dispuestas alrededor de ella, donde algunos padres se sentaban a tomar una copa mientras veían bailar a sus hijos adolescentes a ritmo de percusión, cuyo sonido atronador surgía de las baterías e incipientes guitarras de Los Beatles, Los Bravos, Los Pequenikes, Los Sirex y Los Rolling Stones.
 
Y, cuando el cuerpo no podía aguantar más, el pinchadiscos daba paso a la música lenta de Los Relámpagos, con su Alborada y Nit de Llamps, continuando con Adamo y sus Manos en la cintura; seguido de Frank Sinatra con Strangers in the night y Cliff Richard con sus jóvenes, The Young Ones. Así, todos los días sin cesar, hasta el mes de septiembre en que volvíamos a la gran metrópoli de Madrid, como buenos alumnos, para tratar de aprobar las asignaturas que quedaron pendientes en el mes de junio.
 
Cuando en la noche veraniega el cartel anunciaba brillantes estrellas, venían a bailar desde Las Navas, desde Robledo de Chavela, desde Valdemaqueda y Navalperal, hasta que el aforo del Jardín Club ya no daba para más. Aun así, riadas de personas continuaban llegando con el jersey sobre los hombros, cuya imagen era suficientemente expresiva de que en plena canícula, el descenso térmico que se producía al ocultarse el sol, refrescaba las noches con una brisa envidiable, suave y agradable.
 
En la taquilla se colgaba el cartel de “No hay billetes”, aunque confieso que no logré verlo jamás y que tal vez sólo fuera producto de mi imaginación, por deducción, a juzgar por los empujones, pisotones y codazos de que recibíamos de otras parejas en la pista de baile, donde ya no cabía nadie, aunque aquí no podíamos decir que empezara a faltar el aire, porque era lo único que realmente teníamos a raudales.
 
El pick-up o tocadiscos que sonaba a diario, había paso a una excelente orquesta con bellas animadoras, deleitándonos con las rumbas, sambas y boleros del momento, cuyos puestos en las listas hacían el número uno, entre cuyos cantantes y artistas no faltó el popular Torrebruno que, haciendo una pausa entre canción y canción, sacaba de los bolsillos de su americana una retahíla de chistes verdaderamente ingeniosos y otros menos afortunados, sufridamente horrorosos.
 
Después de la agotadora sesión de baile, vendría una pausa de varios días donde, haciendo honor a su doble actividad, se volverían a encender de nuevo los motores del cinematógrafo interior que nos iría pasando las imágenes del No-Do y, después, la esperada película que casi siempre habíamos visto ya.
 
Mientras algunos veían a Franco en el Noticiario Documental, otros nos abalanzábamos sobre la kilométrica barra del bar, para llevarnos las bolsas de pipas y palomitas, o el socorrido cuba-libre para saciar la sed después de tanto charlar con los amigos de la fila de delante o de la fila de atrás, recordando cuánto tiempo hacía que no nos veíamos y preguntándonis si había vuelto a venir la chavala de la minifalda y camiseta ajustada del pasado verano, o aquella otra del biquini de rayas, que se bañaba en el río, siempre haciendo monadas.
 
A la salida del baile o al final de la sesión cinematográfica, se producía una peregrinación en pandillas, a lo largo de toda la calle principal, mientras la madrugada en La Asomadilla recogía las confidencias amorosas de las parejas, y el silencio se interrumpía por el susurro de las coníferas al abanicar las púas de sus afiladas hojas el aire puro de las colinas en pleno pinar.
 
Juan de Pablo Ayuso

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Fuente | Publicado en el Programa de Fiestas San Miguel 2006.
 
Ilustración | Reproducción en blanco y negro de un oleo de la primera época de Félix Tabasco en el que se ve, a la derecha, la verbena Jardín Club y el edificio del cine Las Acacias. Apareció como ilustración original del artículo.