Escrito en una tregua

Lo reconozco: antes "me caía mal" septiembre. Se iba el coche de línea un domingo por la tarde y sabías que se marchaba también con él hasta otro año el ambiente antes bullicioso, muchas de las niñas que alegraban el panorama, el tomar algo en la piscina y "ver quién hay por allí", el cine, las excursiones por los pueblos cercanos, varios amigos, el "copeo" nocturno hasta altas horas...: se iba el verano.
 
Algún año huí del otoño (y no es que me arrepienta, porque descubrí Asturias, la más hermosa de las regiones españolas). Pero al final fue inevitable tener que pasar un septiembre en Hoyo... Ahora -lo que son las cosas- es el mes que más me gusta. Y en el sitio que más me gusta. "...Entre la opulencia y la desnudez, ¡qué dulce suele ser un verdadero otoño, como entre el día y la noche un hermoso crepúsculo!". El otoño en Hoyo tiene -claro- color de miel, pero lo estupendo es cuando lo pruebas y te das cuenta de que también tiene sabor a miel.
 
Primero observas que la gente está mas "cercana", más "familiar", y redescubres el placer de la tertulia. Luego aparece un fin de semana aquella rubia de mirada inquietante y, al sumergirte en sus ojos, descubres que también puede haber algo de primavera en pleno otoño. Más tarde ves que hay tiempo (¡tiempo! ¡con lo que luego se echa de menos durante el curso!) y que puedes dedicarte a leer, a escuchar música, a escribir, a pasear... Todos necesitamos una tregua, y muy especialmente quienes hemos decidido borrar la palabra inhibición de nuestro vocabulario vital, quienes estamos en muchos frentes porque aprendimos hace ya tiempo que, en efecto, "han pasado los días en que se podía ser sólo universitario, o poeta, o artista... Nuestra época nos arrastra y no nos deja encerrarnos en torres de marfil". Después, el pueblo, siempre el pueblo. "Esta mañana, el pueblecito era un espejo de paz...". Compruebas, como intuías desde el principio, que siempre queda algo por descubrir en este sitio. O que las gentes y los paisajes de siempre son diferentes según el momento, según las circunstancias, según la luz... Cuando ya se han catalogado todos los sentimientos más elementales, todas las vivencias más comunes, todas las atractivas evidencias tan repetidas... queda algo más. Y pocas cosas hay tan fascinantes como seguir rastreando ese "algo más", nuevas razones con las que intentar explicar lo inexplicable: el extraño hechizo que te cautiva, que te aferra, que te hace llevar contigo tu pueblo dondequiera que vayas.
 
"La vida discurre como sin esfuerzo, sin impulso, toda ella hecha costumbre...". Charlando con la gente mientras tomas la caña del mediodía, tumbado bajo el cielo de El Parral, dando la vuelta al pueblo por la carretera, contemplando la luna llena sentado en un tronco cortado en el paseo de El Batán, caminando por curiosas callejas, uno termina de convencerse de que siempre, de una forma u otra, acabará estando aquí. Podía decir -y de eso sabía mucho Gardel- que "siempre se vuelve..." pero no hay regreso posible para quien nunca se marchó de veras.
 
Y si, en septiembre, en medio de esta tregua consigues darte cuenta de que siempre queda algo por ver en este pueblo, más tarde llega un día en que te das cuenta de que siempre queda también algo por hacer en este pueblo. Mucho por hacer. Tanto, que te duele que nos hayamos pasado la vida escribiendo versos sobre lo bonitos que son los pinos y sigamos sin ver más allá de nuestras narices. Inmerso en esa sensación que te quema, quisieras que pudiera existir un diálogo amplio entre todos, de corazón a corazón, un intercambio de ideas, un examen de conciencia, para después ponernos manos a la obra, codo con codo, y conservar todo este patrimonio natural, espiritual, humano... y a la vez avanzar en bienestar, en solidaridad, en cultura... Y -¡diablos!- te gustaría que nadie escurriese el bulto con torpes pretextos, tópicos, gastados: las críticas estúpidas pero dañinas de quienes no hacen nada y por eso nunca se equivocan, hacia quienes ponen la mejor voluntad en ir abriendo caminos; las recomendaciones cómodas de quienes "están en el ajo de las cosas" y ven pasar los años diciendo lo que había que hacer, dónde había que hacerlo, cómo había que hacerlo y cuándo había que hacerlo, pero -¡vaya por Dios!- nunca intentan hacerlo ellos; los que son más exigtentes con los demás que consigo mismos... Cuando todo esto pasa, cuando te ves metido en estas reflexiones y te notas inquieto, y presientes el sabor amargo y familiar de la incomprensión, entonces es evidente que se ha acabado la tregua.
 
Ahora vienen las fiestas, unos días curiosos, especiales, en los que se abre un paréntesis. Es como un trocito de verano (de bullicio, de diversión) más intenso que nos guardamos para más tarde. Y la música, y los toros... "El pueblo (...) retendrá todo el año (...) esa sangre que siempre suena y repica. Ahora hay unos truenos, unos cohetes, un olor a pólvora, para que la paz no se canse...". Luego, comenzará el curso. Hasta el próximo verano; y después septiembre (la tregua otra vez) en que te reencuentres (en el pueblo, claro, este remanso indefinible) con viejas y nuevas sensaciones... "Porque algo hace o permite que -en este marasmo de sencillez en que la vida no es historia- cada simiente o fruto, cada pájaro, cada racimo, cada muerto, sean por cientos, por miles de años, como la repetición de un mismo sueño. Y sean en cada sueño -gozosos, dolorosos- intensamente sorprendentes".
 
 
(Las citas en cursiva pertenecen al Diario de una Tregua de Dionisio Ridruejo).

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Fuente | Publicado en El Diario de Ávila, 27 septiembre 1988. 
 
Ilustración | Novillada en la Plaza de España, fotografía propiedad de Luis Montero Navas publicada en el libro El Hoyo de Pinares: Imágenes del Ayer, de Carlos Javier Galán.