Anecdotario taurino de El Hoyo de Pinares

 
En un pueblo como el nuestro, donde los toros despiertan tanta pasión y se hallan presentes como núcleo de los actos de las fiestas patronales de cada año, no podía faltar, a lo largo del tiempo, un buen catálogo de anécdotas relacionadas con la tauromaquia. Muchas de ellas se han perdido ya en la memoria, entremezcladas con tantas tardes de toros, unas buenas y otras malas, como es natural. Pero hay varias anécdotas que sí se recuerdan aún por su singularidad, y muy especialmente aquéllas relacionadas con las escapadas de un ganado que, por lo visto con relativa frecuencia, se negaba a ser toreado en nuestra plaza. A los novillos debía de importarles un comino que esta feria taurina sea, sin duda, la más esperada de la comarca y, en cualquier caso, no les hacía mucha gracia aquello de los encierros y la lidia que se veían obligados a protagonizar.
 
Cuando los festejos taurinos de El Hoyo se celebraban aún en la Plaza de España, acondicionada para la ocasión con gradas de madera, parecía de hecho -y no exagero, porque en esto coinciden todos los testigos- que si no se escapaban los toros le faltaba algo a la fiesta.
 
Los encierros desbordaban así habitualmente el itinerario oficial -ya de por sí largo y emocionante-, pues las reses solían fugarse, haciendo disfrutar notablemente a los jóvenes de antaño, que se disponían a "darles caza" utilizando cuantos instrumentos tenían a su alcance. Ocasión hubo en que un ejemplar volvió a la plaza en carro, mientras otro compañero de escapada regresó atado: todo valía para, una vez localizados los toros descarriados, traerlos de nuevo al entorno de celebración de nuestra fiesta brava.
 
Éste, como digo, era la misma plaza donde hoy los bailes populares han sustituido a las corridas, trasladadas hace ya años a una plaza de toros apropiada y específica, junto al Colegio Virgen de Navaserrada, en la parte más baja de la localidad. En la Plaza de España aún estarán huecos -si bien tapiados- los antiguos toriles, y todavía una de las callejas que desembocan junto al Ayuntamiento conserva su nombre tradicional de calle del Toril.
 
NOVILLOS GRANDES
 
En El Hoyo ya desde entonces -y hoy se conserva en parte tal obsesión- había preferencia clara por el ganado de considerable tamaño.
 
En unas fiestas, durante la etapa como alcalde de Fabriciano Galán, hace ya medio siglo, las escasas dimensiones de las reses que iban a ser lidiadas suscitaron la disconformidad del público, hasta tal punto que bloqueó el camino que habían de seguir para llegar al pueblo e incluso algunos se atrevieron a coger los toros por los cuernos (... y no es una forma de hablar, lo estoy diciendo en sentido literal). Un teniente de la Guardia Civil se acercó para llamar la atención a los implicados y, mientras exponía sus razones, la respuesta no se hizo esperar: "¡Que los soltamos!". Calculo yo que el teniente miraría al toro en cuestión y quedaría convencido ante lo contundente de la razón, pues lo cierto es que una comisión de concejales hubo de trasladarse a El Escorial en busca de otros novillos que colmaran las exigencias del público hoyanco.
 
Nuestros convecinos no se han percatado de que unas dimensiones más asequibles propician mejores faenas y mayor lucimiento, mientras que, por el contrario, los toros descomunales -cuya calidad no siempre va en proporción a su tamaño- pueden privarnos de contemplar buenas actuaciones de los diestros.
 
Casi todos los años hay algún nombre del cartel que comunica su repentina "enfermedad" poco antes de tener que venir a El Hoyo, en ocasiones coincidiendo con algún nuevo compromiso más rentable económica o profesionalmente, pero también a menudo justamente cuando se enteran de las proporciones del ganado con el que habrán de enfrentarse.
 
Hace bastantes años, uno de los toros que tenían que lidiarse era tan grande y tan avanzado ya de edad que los diestros pidieron un plus. Ya en la plaza, alegaron la dudosa reglamentariedad del animal para intentar eludir su compromiso, pero se les recordó ese extra aceptado y percibido y no tuvieron más que, por vergüenza torera -nunca mejor dicho- salir. A uno de los peones, el toro -al que, desde ese preciso instante, los ingeniosos espectadores bautizaron como El Sastre- lo desvistió en el centro del ruedo (bueno, lo de ruedo es un decir, porque la plaza antigua era rectangular, para mayor originalidad) pero no a cornadas, sino ¡a mordiscos! El siguiente osado que le citó desde lejos, antes de que pudiera casi reaccionar, tenía un cuerno así como a la altura de la pierna. Nadie se atrevía ya a medirse con un toro tan resabiado y al final cuentan que la situación hubo de resolverla por la vía expeditiva el sargento de la Guardia Civil, haciendo blanco con su arma en la frente del animal, que cayó desplamo ipso facto. Los más simpáticos no dudaron en otorgar humorísticamente al representante de la Benemérita una oreja por haber acabado con el temido animal.
 
LA ÚLTIMA (?) ESCAPADA
 
Décadas despues, cuando -a pesar de haber recuperado la tradición de los encierros- ya podía pensarse que aquellos episodios habían pasado definitivamente al recuerdo (aunque la emoción no faltaba, la cosa discurría dentro de unos cauces), resulta que en 1981 la historia se repitió, con un epidisodio que pudo resultar trágico pero que no revistió, afortunadamente, consecuencias muy graves.
 
Los toros que habían de ser lidiados por la tarde en una de las novilladas festivas, escaparon durante el transcurso del encierro matinal por un hueco que uno de ellos abrió en las tablas. Tres de las reses se dirigieron hacia el campo, mientras otro decidió hacer una visita turística por el casco urbano, ante la mirada, entre incrédula y aterrorizada, de los vecinos que por ahí andaban.
 
A la altura de la plazoleta que enlaza la calle Timoteo Gallego con la de Calvo Sotelo, el toro dio buena cuenta de un pobre caballo, que seguramente salvó a más de una persona de tener un encuentro poco agradable, dando tiempo a la gente a correr la voz y ponerse a resguardo de los cuernos del huido.
 
Después, el protagonista de la escapada hirió a Félix Luque -empleado municipal- y a Cecilia Fernández -esposa de un industrial de la localidad- y ambos hubieron de pasar por el hospital hasta recuperarse felizmente. Las escenas fueron casi surrealistas, con el negro morlaco paseando por las calles de la villa, mientras a su alrededor todos buscaban refugio como podían -en portales, debajo o encima de vehículos, subiéndose a tapias o, sencillamente, saliendo por pies-. El suceso acabó con los disparos de la Guardia Civil que, como ocurrió en otro tiempo, pusieron fin a las andanzas de los astados.
 
Afortunadamente, podemos contar estos y otros muchos episodios en tono jocoso, recordarlos cada año al llegar las fiestas con una sonrisa. Por otra parte, parece que se pone algún cuidado más en las medidas de seguridad -espero- para que tales apuros no tengan que repetirse. Así que ustedes tranquilos: pueden venir sin dudarlo a disfrutar de nuestras fiestas. La mayoría de las tardes de toros en El Hoyo son menos movidas, más normalitas y, para los aficionados, las novilladas diarias y, muy especialmente, el festival taurino, constituyen acontecimientos que no deben perderse bajo ningún pretexto.
 

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Fuente | Publicado en Diario de Ávila, 26 septiembre 1990. 
 
Ilustración | Novillada en la Plaza de España, fotografía propiedad de Luis Montero Navas publicada en el libro El Hoyo de Pinares: Imágenes del Ayer, de Carlos Javier Galán.