En una carpeta, entre unos apuntes realizados durante algunos momentos de cualquier suceso, encontré un recuerdo, con nostalgia: los compañeros enterradores. Una de las muchas tradiciones del pueblo, quizá ya olvidada por algunos y viva en el recuerdo de otros. Mirando en estas notas ya de años, trataremos de narrar las bases más significativas de esta tradición.
Las cuadrillas de enterradores tenían como misión llevar el féretro desde la casa del duelo a la iglesia, y transportarlo a hombros aproximadamente un kilómetro por un camino de tierra y baches hasta el cementerio municipal.
Aprovechando la ocasión, los vecinos de la localidad, expresan su malestar por este camino hasta el cementerio, pues continúa de tierra, con infinidad de baches, y como contribuyentes de a pie les agradaría que se arreglara no con más tierra sino con una capa asfáltica, pues no son muchos metros y el camino es muy transitado por personas y vehículos.
Las cuadrillas (matrimonios casados en el mismo año) se formaban el día 1 de abril, después de celebrar la San Misa y realizar una procesión de la Virgen en el recinto interior de la iglesia. Al finalizar se entregaba el bastón, insignia de mano, y las llaves del cementerio de la Villa, a la cuadrilla entrante por seis meses, que después se renovaría.
Estaba formada, en primer lugar, por el amo. Son los más maduros, mayores que los demás integrantes, atentos, vigilantes de todos los compañeros. Dos días señalados, les invita a comer o cenar en su domicilio, con el fin de intercambiar relaciones.
Democráticamente, eligen un alcalde que, entre otras, tenía la misión de rezar en casa del fallecimiento y en el cementerio.
Contaban también con el alguacil que, cuando se producía un fallecimiento, se encargaba de avisar a los demás compañeros, informándoles de lo sucedido y la hora del entierro, pues deberían dejar su trabajo habitual para incorporarse al duelo.
Procedían, con el sacerdote al frente, saliendo de la iglesia, para llegar a casa del fallecido, recoger el féretro y trasladarle de nuevo a la iglesia. Después de la ceremonia, con los pésames de costumbre, acompañando a los familiares, llevaban el féretro a hombros hasta el cementerio (los últimos años, al salir de la iglesia, lo depositaban en un coche fúnebre para su traslado, quizá este coche fuera el fin de la tradición), donde daban al cadáver sagrada sepultura.
Si había problemas, porque no entraba el féretro en el nicho o mausoleo, para eso estaban los tenientes de alcalde, con el fin de resolver de la mejor manera posible y solucionar el tema.
Como curiosidad en la tradición destaca que todos ellos entre sí se tienen que llamar de usted, incluso a su propia mujer en presencia de uno de los compañeros. Si no lo hacen o se despista alguno de ellos, el alguacil impone la sanción o multa en metálico al que comete el error de equivocarse.
Después, con el dinero recaudado, puesto que los dolientes debido a su trabajo les dan un donativo, celebraban una "broma", almuerzo o cena, de muchas formas y maneras entre ellos.
Posiblemente me he dejado algo en el tintero, espero que no pueda dañar dignidades personales, aunque en beneficio, utilidad y provecho de esta tradición, recordada con nostalgia en mi juventud, dejo atrás a esos abogados de secano que sacan punta viendo siempre todo negativo.
Manuel Tabasco
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Fuente | Publicado en Diario de Ávila, 25 septiembre 1993.
Ilustración | Relevo de compañeros enterradores, fotografía publicada en el libro El Hoyo de Pinares: Imágenes del Ayer, de Carlos Javier Galán.