A nuestro pueblo, en voz baja


Se habita en una cultura sin saber que se la habita. Se la pierde sin saber que se la pierde. Es lo que me temo sucede con el grave deterioro cultural vitícola de nuestro pueblo. La proliferación de la vida en los países productores de vino conlleva una gran carga de emotividad que da origen a una tipificación social, cultural, folklórica, antropológica y religiosa. Sin ir más lejos, en la cultura judeocristiana a la que pertenecemos, la Biblia ofrece una vasta cultura en torno a la vid, que va desde la simbología sapiencial y profética, hasta las manifestaciones de lírica amorosa del Cantar de los Cantares.
 
Ya la nota inaugural del origen de su cultivo tiene tintes irónicos de una socarrona enseñanza rabínica: "Noé, labrador, plantó una viña, bebió del fruto de la vid y se embriagó, tendiéndose luego desnudo en medio de la tienda". Y en forma de sentencia sapiencial se dijo: "El vino alegra el corazón".
 
Del legado cultural profético de la vida es esta bella parábola: "Quiero cantar a mi amigo la canción de mi amigo sobre la viña. Una viña tenía mi amigo en loma feraz. La cavó y despedregó y plantó una preciada cepa. Construyó luego una torre en medio y excavó incluso un lagar. Esperaba él que le produciría uva, pero fue agrazones lo que le produjo".
 
De las relaciones sociales entre ricos y pobres respecto a la vid se dictó este precepto tan tierno: "Cuando vendimies tu viña no harás rebusco tras ti; será para el extranjero, el huérfano y la viuda", que eran los pobres de entonces.
 
Y por no alargar más estas referencias, concluiremos nuestro paseo por la Biblia con este fragmento del Cantar de los Cantares, que todo de la traducción de nuestro Fray Luis de León: "Habló mi Amado y dixome: Levántate, Amiga mía, galana mía, y vente. Ya ves: pasó la lluvia y el invierno fuese. Los capullos de las flores se muestras en nuestra tierra; el tiempo del cantar es venido; oída es la voz de la tórtola en nuestro campo. La higuera brota higos y las pequeñas uvas dan olor. Por ende, levántate, Amiga mía, hermosa mía, y ven".
 
Y no me resigno pasar de largo sin hacer una breve incursión en el campo de los clásicos. Del poeta latino más excelso, Virgilio, son estos consejos: "Indaga primero si es mejor plantar la viña sobre cuestas o en el llano. Si asignas a la vid un campo de tierra gruesa, planta espeso; si las cepas crecen apretadas, Baco es pródigo en racimos; mas si se trata de un suelo recostado en tesos, o de cuestas empinadas, espacia las hileras; no obstante cada senda, dispuestas las plantas cuidadosamente, forme un ángulo recto al cortas las líneas". Y el mismo poeta, al rememorar las fiestas de los campesinos de Ausonia, dice: "Se divierten con toscos versos y largas carcajadas y se ponen grotescas máscaras de cortezas huecas y a ti, Baco, te invocan con festivas canciones y en tu honor cuelgan de un elevado pino blandas figurillas. Desde entonces el viñedo entero se cubre de abundantes frutos...".
 
Si extendemos ahora la mirada a nuestra tierra, a las heredades con cercas de musgosa piedra donde nuestros padres plantaron su viña, el folklore y la fiesta de la vendimia se me ocurre que podían describirse así: van los caminos en animada conversación a las viñas. Reluce un sol de pinos en la plaza de la vendimia. Pañuelos blancos, rosas y azules endominguean la cresta de los pámpanos verde y oro; sonrisas femeninas perfuman el viñedo, sonoras canciones saltan entre las cepas. Al Angelus del mediodía subre un aroma de mosto encestado hasta los cielos, contagiado por el tufillo que exhala el cordero asado en las brasas vidas del sarmiento añejo. Es el rito del ágape campestre y familiar de los dulces vendimiadores de nuestro pueblo.
 
Pero todo este legado de la vid se ha deteriorado tanto, que la desidia de unos y la incompatibilidad de trabajo de otros, han entregado las tiernas cepas al ardor de la ferocidad de la tierra inculta, que las ahoga y va acabando en lenta agonía con su vida. El abandono partió del éxodo del agro a la urbe en los tiempos difíciles de la postguerra. Hoy, cuando sus hijos han tomado el regusto por la ciudad, son contados los que miman como antes el legado cultural vitícola de sus mayores. La mayoría, aun cuando no hayan dejado el hogar patrio, prefieren dedicarse a otros menesteres, sólo se acercan a las viñas para extraer el escaso fruto que les brinda su abandono.
 
Un segundo fantasma, esta vez no del hambre, sino el de la integración europea, ha venido a acabar con las escuálidas cepas que quedaban, en forma de sustanciosos traspasos de derechos de viñedo a cultivadores interesados en sacar el máximo rendimiento al vino en otros campos, ajenos al nuestro. Temía que se alzaran voces de las tumbas reclamando justicia, o que hubiera alguna voz prudente entre los vivos que dijera: ¡basta! Pero nada de esto ha ocurrido, todos hemos huido a la desbandada y hemos dejado tirado por el suelo el hermoso legado cultural de siglos, el cual configuraba la cara más amable de nuestros bienes patrios. Un lamento por lo que se perdió anda enredado en ayes entre los pinos nuevos que nacen en la viña y los viejos que se alzan con negrura de lobo.
 
Mudos retornan ahora los caminos por el campo solitario a la querencia del pueblo acomodado.
 
Medardo Sánchez Tejero
 
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Fuente | Publicado en el Programa de Fiestas San Miguel 1999

Ilustración: fotografía de un viñedo, de la galería de imágenes de la web del Ayuntamiento de El Hoyo de Pinares.