En la presente edición del Programa de Fiestas falta a su cita, inevitablemente, una firma que venía siendo habitual en estas páginas desde hace años: la de García del Hoyo, pseudónimo que unía el apellido de una persona con el nombre de su pueblo: don Alipio García León y El Hoyo de Pinares.
Año tras año, aprovechando esta tribuna, don Alipio nos enseñaba un poco más, hablándonos del significado de nuestras calles, ilustrándonos sobre aspectos de la lidia taurina que tanto cautiva a los aficionados locales, narrando anécdotas de su ejercicio profesional -¿recordáis ese delicioso episodio real de Catalino Díaz o el Milagro de la Sardina en Escabeche?-, rescatando fragmentos de nuestra historia, leyendas o tradiciones, cantando las bellezas que tenemos en el pueblo, ejerciendo la crítica social y la denuncia ecológica, o esbozando sugerencias y propuestas de futuro.
Él me invitó, cuando yo era un jovencillo de apenas dieciséis años, a escribir por vez primera algo acerca de mi pueblo en este Programa de Fiestas. De él aprendí mucho y recibí aliento y buen ejemplo. Hasta cuando discrepábamos en nuestras respectivas visiones de las cosas -existía una indudable distancia generacional y de ideas-, lo hacíamos siempre desde el mutuo reconocimiento y afecto.
Por inexorable ley de vida, ya no tendremos los artículos anuales de este lúcido nonagenario, que nos dejó hace unos meses. A los mayores de esta villa no tengo que contarles nada sobre la dilatada trayectoria vital y profesional de don Alipio, porque la conocen mejor que yo. Durante largas décadas fue practicante titular del municipio pero, como tal, no sólo le correspondió poner inyecciones, sino a menudo solucionar emergencias sanitarias, atender enfermos y heridos o asistir en numerosos partos -¡cuántos vecinos actuales asomaron por vez primera al mundo en sus manos!-, siempre poniendo, en cada uno de sus actos, un indudable cariño y entrega hacia los demás. Ese ejercicio profesional tuvo que desenvolverse en un marco social que fue evolucionando desde la precaria sanidad del primer cuarto de siglo y la miseria e insalubridad de la posguerra, hacia un progresivo desarrollo a partir de finales de los cincuenta y hasta la época actual.
Algún tiempo después de su jubilación, en la década de los ochenta, don Alipio García León recibía el homenaje de sus compañeros de profesión y el del pueblo al que tanto sirvió, con un acto público en el que tuve el honor de intervenir brevemente, y con la dedicatoria de una calle que lleva su nombre. Años después, se le concedía un galardón nacional, la Medalla al Mérito Sanitario que le impuso la entonces Ministra de Sanidad, Ángeles Amador.
La jubilación no significó para don Alipio, en modo alguno, inactividad. Cerró una etapa de ejercicio como practicante, pero permaneció vinculado a los avatares de su profesión, a la vida colegial o asociativa, y era frecuente leer en prensa general y en revistas especializadas sus opiniones dictadas por la experiencia, su defensa de la dignidad profesional de sus compañeros o sus críticas hacia aspectos de la gestión de los responsables del Consejo General, siempre en esa línea de no resignarse ante las injusticias que le caracterizó durante toda su vida.
Y siguió, también, vinculado al compromiso social con su pueblo, brindando siempre nuevas ideas, apoyando todas las buenas iniciativas. Así, se integró en la Directiva de la Asociación Escuela de Música ofreciendo sugerencias, haciendo labor administrativa, captando socios y apoyos para esta interesante obra que constituye un orgullo local. Y se integró en Cultura Joven, codo con codo con gente a la que triplicaba la edad, sacando adelante proyectos socioculturales para El Hoyo de Pinares. Desde sus creencias, colaboró coherente y activamente en la vida parroquial. Escribió, como decíamos, en estas mismas páginas o en la lamentablemente desaparecida revista local Kilómetro Cero... Y, en suma, no dejó de aportar su grano de arena a cualquier convocatoria que considerase enriquecedora parala comunidad humana de la que formaba parte.
Con plena razón, en el homenaje institucional y popular que se le rindió, pude dedicarle aquellos versos que escribiera Bertolt Brecht:
Hay hombres que luchan un día
y son buenos.
Hay otros que lucha un año
y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años
y son muy buenos.
Pero los hay que luchan toda la vida:
ésos son los imprescindibles.
Se nos ha ido don Alipio, algo previsible por su avanzada edad, pero, a su familia y a la gente que le apreciábamos, sin duda nos quedan dos certezas impagables. Una, que para su marcha contaba con el mejor equipaje personal que cabe: su fe. Otra, que la prolongada existencia que deja atrás la vivió de la mejor manera posible: dedicándola a los demás.
Hasta siempre, amigo.
Fuente | Publicado en el Programa de Fiestas San Miguel 1999.
Ilustración | Fotografía propiedad de la familia de D. Alipio García León.