Mientras pasaba la estrella fugaz, el poeta, en plena tiranía de un país iberoamericano, expresaba su deseo: "que los barrotes de las celdas se vuelvan de azúcar o se curven de piedad...".
Con la obra de Jorge Müller, los barrotes de nuestras prisiones cotidianas se curvaban, se anudaban, se derretían. La idea de la inmensa fragilidad humana se entremezclaba con el poder de la creatividad, con la fuerza de la voluntad. Igual que una piedra podía sufrir heridas, el metal podía sucumbir con la presión de un simple dedo.
Y así era él también. Si en su escultura sabía sacar flexibilidad, movimiento, vida, expresión de los materiales más duros, su persona también mostraba una apariencia externa de fortaleza y por dentro era todo humanidad. Cuando este hombretón te extendía su mano grande, sabías que estaba brindándote su sincera amistad.
Sin dejar de ser Georg, eligió ser Jorge, y aquí echó nuevas raíces. Amaba apasionadamente esta tierra, esta forma de vivir. En El Hoyo de Pinares quedarán definitivamente su casa, su obra, sus sueños...
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Fuente | Publicado en Diario de Ávila, 26 septiembre 2001.
Ilustraciones | Fotografía de Jorge Müller y de su escultura Pequeño Nudo (bronce, 1985).