La vieja fábrica conservera de níscalos

 
En 1968, una desproporcionada cosecha de níscalos, tercera en importancia después de unas temporadas excelentes, desbordó las precarias instalaciones básicas que existían en el barrio de La Portuguesa, para procesar, envasar y conservar los aproximadamente 50.000 kg. de níscalos que se recogían en nuestro municipio y en los pueblos más próximos, por temporada.
 
Durante aquella época, en Hoyo de Pinares brotaban en sus boscosos pinares abundantes ejemplares de mízcalos, nombre autóctono con el que es conocida popularmente la exquisita seta por esta comarca, cuyo preciado producto, genuino de esta tierra, era recogido por chicos y mayores de todo el pueblo.
 
Antiguamente se comercializaba poco este suculento manjar y se recolectaba sólo para consumo interno. Había para todos. Era un fruto abundante que se utilizaba como complemento para los guisos o como aperitivo previo a las comidas, cuya presencia no faltaba también en todos los bares.
 
La abundancia del producto aconsejó ampliar los medios de los que se disponía para la cocción y el embalaje de mízcalos en la improvisada factoría del centro del pueblo, previos hasta su transporte hasta la central conservera localizada en Cataluña y, a la vez, ampliar la zona de recogida de estas setas, no sólo al entorno de Hoyo, sino también hasta los límites de Casavieja y Almorox por el Sur y hasta Santa María de la Alameda y Peguerinos por la zona Norte.
 
De esta manera, se propuso señalar como objetivo la elaboración de 500.000 kg. por temporada, aproximadamente. Es decir, la producción que en aquel momento se tenía en Hoyo de Pinares, multiplicada por diez.
 
Dada la importancia creciente de esta labor, se adecuó una nave construida para tal fin en la Asomadilla y en su interior se situó una zona de cocción, con cuatro grandes hornos de leña, dotados de calderas de acero inoxidable capaces de cocer hasta 300 Kg. de níscalos por carga, en treinta minutos aproximadamente, y otra zona destinada a la selección del producto. En el porche exterior se ubicó el área de enfriamiento y envasado del producto terminado. El objeto era eliminar en el mayor grado posible los trabajos penosos de transporte y de cocción.
 
Unas espumaderas de acero a modo de coladores transportaban mediante dos polipastos, una vez seleccionados, los mízcalos hasta los hornos, introduciéndolos en las calderas, para su cocción, con un mínimo de manipulación humana, cuyo proceso dio satisfactorios resultados.  
 
Una vez cocidos, los mízcalos o níscalos –estoy uno u otro nombre indistintamente, porque los dos están aceptados y son empleados en nuestro pueblo- se sacaban de las calderas mediante una grúa y se vertían en las rampas hasta las pilas de enfriamiento. Por último se producía a su envase; los primeros años, en toneles y, después, en sacos de plástico herméticamente cerrados.
 
El objetivo era lograr que el género procedente de compra directa a los recolectores, con las manipulaciones mínimas posibles, se clasificara en las mesas de selección del producto, en las tres calidades comerciales: mízcalo entero, mízcalos en trozos y tanganillo.
 
Entero es la denominación que se daba a un mízcalo sin defectos externos, con un diámetro ligeramente menor al de un bote de conservación de tomate de medio Kg.
 
Se denominaba trozo a los mízcalos con algún defecto o de gran diámetro que, teniendo calidad para su consumo, no tenían la presentación que el entero o el tanganillo. Pertenecía al producto más barato.
 
La referencia tanganillo correspondía al mízcalo de diámetro menor que el entero, sin ninguna rotura en su corona. Constituía el de mejor presentación y sabor.
 
En el otoño de 1969 se inauguró la nueva fábrica, coincidiendo con una impresionante cosecha que continuó durante los sucesivos primeros años, llegando a desbordar todas las expectativas creadas.
 
La zona de recogida llegó hasta catorce pueblos: San Bartolomé de Pinares, Mijares, Gavilantes, Cadalso, Cenicientos, Sotillo, La Adrada, Casavieja, Valdemaqueda, Las Navas del Marqués, Peguerinos, Santa María de la Alameda y, por supuesto, Hoyo de Pinares, que constituía el centro de la actividad industrial.
 
En la temporada más alta llegaron a trabajar en torno a cien personas en turnos diferentes. Mujeres que seleccionaban el producto y trabajaban por horas, según lo permitían sus ocupaciones domésticas. Los hombres cocían el producto, lo envasaban y se ocupaban de atender las pilas de enfriamiento o el transporte del fruto embalado.
 
Aquellos tiempos de escasez y de grandes dificultades económicas entró mas dinero en Hoyo de Pinares que lo que reportaba la vendimia. Significaba, y sí se señaló por algunos vecinos, la vendimia de los que no tenían viñas.
 
Había verdaderos expertos en recoger níscalos. Familias enteras acudían al monte con sus caballerías y regresaban con los serones abarrotados de cestos cargados de mízcalos. Traían un producto excelente y determinadas personas conseguían al día más de 50 Kg.
 
En torno a la actividad de la Fábrica de Mízcalos, como así se la conocía, había una constante actividad y durante todo el día estaba entrando producto procedente de los diversos pueblos.
 
Fue tal la influencia en el municipio y la dedicación de la gente que allí trabajaba que, varios domingos, D. Julio, el párroco de la iglesia, decidió acercar el culto a los trabajadores y no tuvo inconveniente en celebrar una misa más, en la nave fabril, para que sus parroquianos no perdieran ni un céntimo del jornal. Era consciente de que aquellos eran tiempos difíciles, en los que el trabajo y el dinero escaseaban, y había que aprovechar al máximo las oportunidades que se presentaran.
 
La temporada de níscalos empezaba en octubre y se extendía hasta principios de diciembre. Fueron años excelentes para todos.
 
La media de compra en la zona y elaboración de mízcalos en Hoyo de Pinares fue de 450.000 Kg., llegando a alcanzar un pico máximo de 800.000 Kg. en la zona en el año 1972.
 
No me explico muy bien las razones por las que toda aquella riqueza singular se ha perdido. Parece ser que el mízcalo, para su desarrollo, configura en las colonias en las que aparece, un entramado subterráneo específico que, a modo de malla de especiales características, permite recoger y almacenar las esporas que desprenden en grandes cantidades los mízcalos más desarrollados a lo largo de toda su vida pero, de forma especial, cuando adquieren un gran tamaño.
 
Cuando en la superficie se dan las condiciones de temperatura y humedad adecuadas, estas esporas, localizadas en las mallas subterráneas, afloran casi todas al mismo tiempo y fructifican en grandes colonias. Al recolectar el níscalo, debe hacerse infligiendo un corte limpio en el tallo, dejando el micello enterrado, puesto de otro modo se deteriorará y tardaría mucho tiempo, tal vez varios años, en regenerarse.
 
Por otra parte, el no dejar que los níscalos se conviertan en individuos adultos y desarrollados, hace casi imposible la acción de expeler esporas al ambiente. El trasladarlos durante la recolección en bolsas de plástico o cubos cerrados tampoco favorece esta acción. Durante esta etapa, se hace necesario que las esporas afloren a la superficie de la tierra y de allí a las mallas subterráneas que antes citaba.
 
Antiguamente, durante la recolección se utilizaban centros de mimbre que sí permitían que los níscalos desarrollados liberaran sus esporas, cayendo al suelo sin dificultad, a través del entramado de las mimbres. Incluso dispersábamos por todas las zonas por las que caminábamos esas esporas, contribuyendo a crear nuevos semilleros.
 
Ahora, por el contrario, destruimos lo poco que queda y, con nuestras bolsas y cubos de plástico, maltratamos el escaso producto que conseguimos, no dejamos ni los restos de los tallos de las escasas piezas que depredamos y, además, dificultamos la acción de la naturaleza impidiendo la dispersión de esporas al ambiente.
 
Las temporadas de escasas lluvias y tiempo extremadamente seco, que se iban repitiendo año tras año, hicieron que la cosecha fuera bajando. Como escaseaba el producto, surgió un adversario terrible: la compra incontrolada por camioneros para su venta directa como mercancía en los mercados.
 
Los compradores de ocasión sabían lo que podían pagar en función de cómo estaba el precio en Madrid o en Barcelona, al por menor, del Kg. de níscalos. Cargaban su camión al mejor precio posible y se iban. Las conservas no podían competir con estos precios y poco a poco fueron perdiendo cuota de mercado.
 
Unos años de declive dieron paso al cierre de toda la actividad fabril, definitivamente en 1983. El mercado manda, pero a veces impone criterios que, sólo basados en el costo, son difíciles de soportar.
 
La fábrica conservera de níscalos, a la que estoy dedicando este recuerdo, ahora que está desapareciendo por la acción de la piqueta para levantar en su solar nuevas edificaciones, funcionó durante una década.
 
A la vieja fábrica de níscalos, los hoyancos que tengan menos de treinta años ni siquiera podrán recordarla, porque su vieja silueta ha desaparecido del entorno de La Asomadilla para siempre.
 
Andrés del Prado
 
___

Fuente | Publicado en el Programa de Fiestas San Miguel 2006.
 
Ilustraciones | Níscalos, fotografía de Tomás Mazón. Croquis de las instalaciones, por Andrés del Prado. Y fotografía del edificio de la fábrica poco antes de su derribo, también de Andrés del Prado.