Actualmente, salvo error, son seis las procesiones religiosas que se celebran en nuestro pueblo: Domingo de Ramos, Viernes Santo, Domingo de Resurrección, Corpus Christi, Romería y San Miguel. En épocas no muy lejanas sabemos que se llevaba a cabo también la de San Isidro Labrador y quizá otras, pero son tradiciones que lamentablemente se han perdido.
Creo no equivocarme al asegurar que, de todas ellas, la que registra una mayor participación popular –superior incluso a la subida a pie al Fresne en la Romería y a la del patrón de la villa en septiembre- es la Procesión de la Soledad cada Semana Santa.
El anterior párroco, D. Julio, en su despedida antes de marcharse del pueblo, pidió públicamente que hiciéramos todo lo posible por no perder tres tradiciones muy nuestras: la Romería de la Virgen de Navaserrada, los compañeros enterradores (en esto me temo que no hemos seguido su consejo) y, precisamente, la Procesión de la Soledad.
Pocos naturales de El Hoyo de Pinares o vecinos del mismo faltan a esta cita, tan arraigada en nuestra identidad colectiva, y que también han hecho suya casi todos los visitantes o quienes tienen su segunda residencia entre nosotros. Se ha convertido en un ritual colectivo que va más allá, incluso, de su honda significación religiosa.
La procesión sigue la línea de la austeridad que caracteriza a estos ritos en nuestra Castilla. El pueblo -encabezado por el sacerdote y las autoridades civiles que lo desean- marcha tras la imagen de la Virgen Dolorosa, acompañando a la Madre en esa noche de dolor por la muerte de Jesús.
La talla de la Dolorosa está durante el resto del año en un altar interior, en la sacristía de la iglesia. Sólo en Viernes Santo sale al templo y a la calle, arropada por muchos centenares de personas.
Aunque el itinerario no ha sido el mismo a lo largo de los tiempos, la marcha procesional discurre actualmente, desde la plaza Quinta Bandera de Castilla, por calle Santa Teresa, plaza de la Resurrección, calle Portugal, avenida Generalísmo, plaza de la Argentina, calle Apolinar Estévez, calle Río Becedas, calle Calvo Sotelo y calle San José, hasta regresar al templo parroquial.
En la calle de Santa Teresa estos últimos años se ha cantado alguna saeta a la Virgen. Son realmente cantos muy hermosos, sin duda, pero, desde mi punto de vista, ajenos a la tradición de la Semana Santa castellana y al propio planteamiento de esta procesión nuestra.
Quizá muchos hoyancos no sepan el origen de la letra que entonan cada Viernes Santo. Ese canto, con el que los asistentes acompañan a la Virgen, es una versión libre en español de un antiguo poema originariamente escrito en latín, el Stabat Mater.
Durante la Edad Media se extendió considerablemente la devoción a María, a quien se consideraba afectuosa y accesible -por su naturaleza humana y su condición de Madre universal- pero al mismo tiempo cercana a Dios. Es en este contexto en el que surge, por ejemplo, el Santo Rosario.
La tradición del Stabat Mater encuentra una sólida base en los propios Evangelios, donde San Juan relata como, al pie de la cruz, se encontraba María, la Madre de Jesús (Jn 19, 26-27).
Esta escena de la madre doliente tiene un fuerte arraigo en la liturgia cristiana y ha sido objeto tanto de reflexión religiosa como de creación lírica. En España, José María Pemán o Gerardo Diego, entre otros, han dedicado composiciones poéticas a la presencia de María junto a Jesús crucificado. Para mí, sin embargo, el texto más desgarrador sobre esta escena es el que escribió en prosa José Luis Martín Descalzo en 1988, imaginando la reflexión de María en aquel durísimo momento. También la pintura y la escultura han reflejado la presencia de la Virgen en la muerte de Cristo, y no puede olvidarse, por ejemplo, la conocida Pietá que se conserva en la Basílica del Vaticano, la conmovedora escena esculpida por Miguel Ángel, en la que la joven Madre sostiene en sus brazos el cuerpo muerto de su Hijo.
La escena de María al lado de Jesús en ese trance se recogió en el poema latino originario, del que se desconoce con certeza su autoría. El Stabat Mater ha sido atribuido a varios Santos y Papas, pero la opinión más extendida señala como autor al franciscano Jacopone da Todi, en el siglo XIII.
Comienza precisamente con esas palabras: “Stabat Mater dolorosa / iuxta crucem lacrimosa / dum pendebat Filius...” (“Estaba la Madre dolorosa / llorando junto a la cruz / de la que pendía su Hijo...”).
A partir del siglo XV existían melodías secuenciales para entonar el poema. Luego, a lo largo de las siguientes centurias y hasta nuestros días, numerosos compositores han escrito, sobre estas estrofas latinas, distintas partituras, algunas de las cuales constituyen obras muy notables en la historia de la música sacra, como los Stabat Mater de Desprez, Lasso, Palestrina, Vivaldi, Scarlatti, Bocherini, Haydn, Dvorak y un largo etcétera.
Pueden encontrarse traducciones literales del poema al castellano, pero también hay adaptaciones manteniendo la métrica. De éstas últimas, las más conocidas y extendidas son la de Lope de Vega -“La Madre piadosa estaba / junto a la cruz y lloraba / mientras el Hijo pendía...”- y la de Alejandro Burgos –“Estaba la Dolorosa / al pie de la cruz, llorosa, / donde pendía el Hijo...”.
La versión que se canta en El Hoyo de Pinares –“Estaba al pie de la cruz / la Madre más amorosa / afligida y dolorosa / viendo pendiente a Jesús...”- y que ha ido pasando de generación en generación, no es ninguna de las citadas, pero, con seguridad, no es propia ni exclusiva de nuestro pueblo. Por ejemplo, en el municipio de Grisuela (Zamora), se cantan muchas estrofas coincidentes con las nuestras, en el interior de la iglesia al regreso del Vía Crucis, aunque con una melodía completamente diferente de la que entonamos en nuestra villa.
Al término de la procesión hoyanca, cierra la tradición el sermón de la Dolorosa. En los últimos años, el actual párroco, D. Marino, suele ir mencionando en su oración a los distintos sectores sociales del municipio (la infancia, los jóvenes, los adultos trabajadores, las amas de casa...) y también recuerda a los enfermos y necesitados, o a quienes ya no están entre nosotros..., trayendo a todos ante la mirada de la Madre.
La celebración termina con el canto de La Salve, que también es la traducción al castellano de la oración latina Salve Regina, cuya autoría se atribuye, según parece, a Hermann Contractus, a Adhemar, Obispo de Podio, o a Petrus de Monsoro, Obispo de Compostela (siglos X-XI).
La procesión de la Soledad en El Hoyo de Pinares escenifica, de forma sencilla pero ciertamente impresionante, el gesto de todo un pueblo caminando. Un pueblo acompañando a su Madre común, en el dolor por la cruel muerte a que han sometido a su Hijo. Pero acompañándola también en la esperanza de la vida eterna, que asoma en la estrofa final de este tradicional canto, que los hoyancos hemos ido transmitiéndonos de padres a hijos y que resuena en nuestras calles cada noche de Viernes Santo desde tiempo inmemorial.
Carlos Javier Galán
Fuente | Publicado en El Mirador de la Sierra, octubre 2012.
Ilustración | Fotografía de Carlos López.